En el rodeo, el premio más codiciado es la hebilla de oro. A lo mejor la has visto, con la que premian al campeón mundial después de las Finales en Las Vegas. Esa hebilla representa el esfuerzo, el sudor, las desveladas y los miles de millas viajando, las horas sin fin de practicar y la inversión económica, tanto como el talento y desempeño de un individuo sobresaliente. Y representa la fama y la gloria.
Pero después de todo, ¿qué pasa con esa hebilla? Es sorprendente oír cuantos campeones mundiales dicen que el ganar esa hebilla no fue todo lo que habían esperado; que después de haberse bajado las emociones del triunfo ellos se sintieron vacíos y deseosos de algo más. Ellos esperaban que al ganar ese premio se satisficiera el deseo de su corazón. Por un tiempo todo marchaba bien pero tarde o temprano todos volvieron a sentir ese hueco adentro y de nuevo empezaron a buscar llenarlo. ¿Porqué?
La Biblia nos habla mucho acerca de los premios y cómo alcanzarlos. Primero hay que decir que la Biblia no habla de hebillas de oro como premios sino de coronas. Pero la idea es la misma. Si vemos de qué consisten los premios, podemos comprender por qué los premios de este mundo nunca traen una satisfacción duradera. Vamos a leer 1 Corintios 9:24-25, "Ustedes saben que en una carrera todos corren, pero solamente uno recibe el premio. Pues bien, corran ustedes de tal modo que reciban el premio. Los que se preparan para competir en un deporte, evitan todo lo que pueda hacerles daño. Y esto lo hacen por alcanzar como premio una corona de hojas de laurel, que enseguida se marchita."
En el tiempo cuando Pablo escribió este pasaje, los deportes y el atletismo eran tan importantes y conocidos en esa cultura como lo son ahora en nuestro tiempo. Nos da a conocer la actitud da los deportistas de su tiempo, en esta caso los corredores. Ellos evitaban "todo" lo que pudiera hacerles daño. Estaban dedicados a alcanzar el premio y no iban a permitir que nada les impidiera. ¿Tienes este tipo de dedicación para ganar en el rodeo? Ahora ellos, con toda la entrega y el compromiso para ganar, luchaban y competían para llevarse el premio: una corona da hojas de laurel. ¡¿Qué?! ¡Todo ese trabajo y sufrimiento para ganar, y no recibieron más que unas hierbas de olor! Ojalá aprovecharan por lo menos comiendo unos guisados bien ricos después. Porque Pablo dice el fin de esa corona: enseguida se marchita. Y así es el fin de todos los premios que nos ofrece este mundo, sean los de hojas de laurel o hebillas del oro más fino ¡todos se marchitan! Claro, unos se tardan más que otros, pero todos se acaban. Y otra cosa: no se pueden llevar de este mundo a donde vas a pasar la eternidad. Aquí se quedan.
Estos versículos tienen mucho consejo para nosotros en cuanto a cómo debemos conducir nuestra vida. Debemos seguir el ejemplo de entrenamiento de los deportistas de este mundo, pero no para correr en la misma carrera ni para ganar el mismo tipo de premio. Ellos lo hacen para ganar una corona que enseguida se marchita; en cambio los seguidores de Jesucristo luchamos por recibir un premio que no se marchita. "...Que ustedes reciban la herencia que Dios les tiene guardada en el cielo, la cual no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse" (1 Pedro 1:4). El premio ha sido reservado para cada uno de nosotros, sólo hay que correr y terminar la carrera para recibirlo. En 1 Corintios nos dice que corramos de tal modo que recibamos el premio. Esto es por evitar todo lo que nos pueda hacer daño. El principio se puede aplicar tanto natural como espiritualmente.
¿Qué es el premio que buscas? ¿Uno que enseguida se marchita? ¿O uno que "no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse?" No hay nada malo en ganar premios de esta vida. Pero si eso es lo único o lo más importante que ocupa tu corazón, te vas a quedar cada vez más desilusionado porque jamás pueden satisfacerte. Dios tiene premios preparados para ti como se dice en 1 Corintios 2:9, "Dios ha preparado para los que le aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado." Solamente lo que él ha preparado para ti te pueda satisfacer.
Empezamos esta serie platicando acerca de la vida eterna y el nuevo nacimiento. La vida eterna no es una recompensa o premio por haber vivido una vida "buena". Dios no se la debe a nadie. Más bien, es un regalo de Dios para nosotros. Esta vida eterna es en nosotros una fuente que produce toda buena obra y cosa agradable a Dios. Para caminar en la vida Cristiana hay que comenzar con un nuevo nacimiento. La Biblia dice, "El deportista no puede recibir el premio, si no lucha de acuerdo con las reglas" (2 Timoteo 2:5). Igualmente, el vaquero no puede ganar el premio si no paga su cuota de inscripción primero. ¿Has recibido tu cuota de inscripción pagada a la vida eterna? Jesucristo ya la pagó y quiere comprobártelo entregándote un nuevo nacimiento, pero tienes que decirle que aceptas. Quiero darte la oportunidad de hacerlo ahora si no lo hayas hecho antes. Puedes decirle así: "Señor Jesús, quiero decirte que acepto todo lo que has hecho para mí. Tengo necesidad de una vida nueva y tu perdón, y quiero nacer de nuevo. Recibo en este momento dentro de mí tu fuente de vida eterna. Gracias por producir en mí toda obra buena y cosa agradable a nuestro Dios."